Te miro de reojo, haciendo que contemplo el paisaje a través de la ventanilla del autocar, aprovechando cada uno de tus cabeceos en los que, en vano, tratas de coger un sueño que se te escapa.
Llevas una blusa negra con grandes botones, unos pantalones vaqueros azules y unas bambas blancas.
Un bolso de ante gris con flecos y una bolsa de viaje verde reposan sobre tu regazo.
Tienes el pelo castaño y algo ondulado recogido en una coleta, brazos velluditos y un lunar clarito detrás de la mandíbula.
Sólo tú eres capaz de reunir estos rasgos y estas formas a tu manera peculiar para ser tu misma, individual, distinta de cualquier otra persona... y sin embargo sólo eres un alma más, desconocida para mí, que se cruza conmigo en el breve trayecto de autobús entre Novellana y Oviedo, para luego desparecer para siempre y no volver a encontrarse jamás.
¿O sí?
¿En esta vida?
¿En otra, sin saberlo? Hay tantas... y entonces ya no serías tú, serías...
El autobús se detiene en la estación.
-Hasta luego.
Me miras sorprendida con tus grandes ojos castaños.
-Hasta luego.
Sólo dos palabras.
Que menos que intercambiar dos palabras con un ser irrepetible con el que te encuentras tras una mera sucesión de casualidades también irrepetibles y con el que has compartido una hora de viaje en autobús.
Te dejo sacando de la barriga del autocar una enorme maleta roja con ruedas.
Otra vez tú misma.
En la estación se reune la gente que marcha para Madrid o para León, o vete tu a saber.
Se acaba el fin de semana, y regresan a sus estudios o a sus trabajos lejos de casa.
Padres despidiéndose de sus retoños y parejas abrazadas dándose un último beso.
Dejo que te incorpores a esa corriente, y sigo la mía propia... los preparativos de marcha de los otros me llaman como los gritos de una escuadra de gansos en migración a un compañero posado en tierra... pero volar ¿hacia donde? ¿hacia qué?.
Luce el sol dominical en la tarde de Vetusta.
Apetece perderse por sus calles.
Sugarglider.
Oviedo, 26/9/2010.