lunes, 23 de junio de 2008

La Hierba de San Juan



Se la cultivaba en los jardines medievales y tenía fama de sanar a los endemoniados.
En los poros negros del envés de sus hojas, los adivinos vaticinaban el futuro y se la hacían comer a las brujas para que confesasen sus tratos ilícitos con Satanás.
Tomada en infusión, como si fuera té, tiene propiedades tónicas y con las hojas se hacía cataplasmas para curara las heridas.
En francia la cortaban la noche de San Juan y la hacían pasar tres veces por encima de las llamas de la hogera, diciendo: San Jan la granó!
Luego hacían cruces con los ramilletes y las colgaban a la entrada de las casas y las cuadras, para impedir el paso a los malos espíritus.
Yo he escuchado que si la cortas a la media noche de San Juan, la prensas y la guardas todo el año, te concede el deso que le pidas.
Pero ojo... tienes que cortarla justo al dar la media noche.
Si no no vale.

miércoles, 11 de junio de 2008

Cyrano de Bergerac

En 1619, hijo de un abogado del Parlamento, nacía en París Savinien de Cyrano.
Al poco de nacer el niño, su familia se traslada al solar del padre, Bergerac, en la Borgoña, pero hacia 1632, regresan a París.
Irreverente, aventurero, y pendenciero, estudió Humanidades y, a los veinte años, haciéndose pasar por el señor de Bergerac, ingresó como cadete en el Regimiento de Guardias, bajo el mando de Carbón de Castel-Jaloux.

Son los cadetes de la Gascuña que a Carbón tienen de capitán. Ojos de lince, pies de garduña, aman y riñen por donde van. Cualquiera de ellos la espada empuña con indomable, fiero ademán. Son los cadetes de la Gascuña que a Carbón tienen de capitán.”

Conocido a partir de entonces como Cyrano de Bergerac, Savinien sirvió durante dos años en el ejército, hasta que una estocada en la garganta durante el sitio de Arras le retira de la vida militar.
A partir de entonces, se dedicó a la escritura, de tipo satírico y burlesco y estuvo en contacto con otros escritores de similares tendencias, como el genial Jean Baptise Poquelín, alias Molière. Escribió algunas obras de teatro (Agripina, El Pedante Burlado) y satíricas como El otro mundo, o los Estados e Imperios de la Luna (según los críticos, su obra más importante) y la Historia Cómica de los Estados e Imperios del Sol.

El pensamiento de Savinien está influido por las obras de Descartes, Gassendi y Bruno, así como por las del alquimista Paracelso.
Se convierte en defensor a ultranza del amor libre y de la juventud, que considera la edad del hombre que debe recibir mayores atenciones en orden a su desarrollo, y defiende una concepción materialista del mundo en la que todo, incluso el alma, está compuesto por átomos que, a la muerte, se disgregan para luego reorganizarse en otras formas de vida.

En 1655, con solo treinta y seis años de edad, una viga se desprende de un andamio golpeando a Savinien en la cabeza y provocando su muerte. ¿Accidente o atentado?

“De una limpia estocada, morir, atravesado de acero el corazón. Tal era mi deseo. Ved que contradicción: morir asesinado, mientras cruzo una acera, por culpa de un lacayo y un trozo de madera”.

Dos años después de la muerte de Savinien, su amigo Le Bret publicó El otro mundo, o los Estados e Imperios de la Luna. Versión, por cierto, previamente expurgada, pues en esta obra Cyrano, echando mano de los conocimientos científicos de la época para explicar los fenómenos de la naturaleza, ridiculiza la religión, negando la existencia de los milagros o la virginidad, y se atreve a afirmar que es la tierra la que gira alrededor del sol, lo que poco más de veinte años antes, había estado a punto de costarle a Galileo la muerte en la hoguera.
Así mismo, Le Bret escribió una biografía de su amigo, en la que ciento cincuenta años después se inspiraría Edmond Rostrand para componer su tragicomedia.

Savinien tuvo una prima de nombre Roxana Madeleine Robineau, nueve años mayor que él, que casó con el señor Christophe de Neuvillette.
El matrimonio solo duró seis años. Regresando a su hogar después del asedio de Arrás, Neuvillete cayó víctima de una emboscada y fue asesinado. Madeleine buscó entonces el consuelo de la religión y se retiró al convento de las Hermanas de la Cruz.
Precisamente la priora del convento, la hermana Catherin, era la hermana de Savinien, y, por lo tanto, prima también de Madeleine.

Constant Coquelín era, a finales del siglo XIX, uno de los actores más celebrados de Francia, y ampliamente reconocido en el resto de Europa, pero era un hombre bajito, gordo, feo de rostro y voz chillona.
Tartufo y el Enfermo Imaginario le habían granjeado la fama, pero tenía ya cincuenta años y su físico “peculiar” le vetaba el acceso a multitud de papeles, condenándole a un encasillamiento en los personajes de siempre.
Entonces le propuso a Edmond Rostrand que compusiera en el Cyrano, un personaje a la medida para él.

De Edmond Rostrand se dice que era un tipo vanidoso y presuntuoso. A los treinta años de edad, aún era un oscuro dramaturgo, que había obtenido escasos éxitos y vivía gracias a la fortuna de su esposa, Rosemonde Gérard, si bien su manejo del verso era ya, en esa época, envidiable. Rostrand aceptó el encargo de Coquelín, tomó la biografía de Le Bret y los libros de Savinien. Trasformó a Roxana Madeleine Robineau en Roxana Madeleine Robin, a Christophe de Neuvillette en Cristián de Neuvillette. Inventó completamente el amor imposible de Cyrano por su prima… y compuso una tragicomedia inmortal.

Cyrano, corazón soberbio, irreverente, orgulloso, independiente, pendenciero, irascible (“¿Y qué tengo que hacer?¿Buscarme un valedor poderoso, un buen amo/y, al igual que la hiedra que se enrosca en un ramo/buscando en casa ajena protección y refuerzo,/trepar con artimañas en vez de con esfuerzo?/No gracias.”); tan hábil con la espada como con el verso (“Decid ¿sois pavo o cordero?/Permitid que me decante/por el pavo, que es ligero,/ y, como vos, arrogante./¿Por donde os trincho primero?/Recordad que soy austero,/pero no olvidéis tampoco/que al fin de la estrofa… os toco”)… amante dulce, leal y generoso (“Porque tiemblas cual hoja, y la causa soy yo./Porque siento que tiemblas, y lo quieras o no,/el temblor de tu mano enardece el jardín/desciende por las ramas y estalla en el jazmín.”)

La amistad de Le Bret: “Hazte el soberbio a gritos, porque nadie se entere,/pero a mí dime solo: Roxana no me quiere.”

La divertidísima escena XIII del acto III, en la que, para ganar tiempo y permitir la boda entre Roxana y Cristián, Cyrano entretiene a De Guiché contándole su viaje a la luna (“Os gustaría de mis labios, oír/como está hecha la luna, y si hay alguna traza de vida entre los pliegues de esa gran calabaza.”), guiño de Rostrand a El otro mundo, o los Estados e Imperios de la Luna, del auténtico Cyrano…

De este último no podemos encontrar muchas de sus obras traducidas al castellano. Yo sólo conozco dos: El Pedante Burlado y, la citada más arriba, El otro mundo, o los Estados e Imperios de la Luna.
Son lecturas ingeniosas e interesantes. Muy recomendables.
Pero, para mi gusto, nada como abrir al azar el libro de Rostrand, y perderse en las inmortales peripecias de su genial protagonista, y en sus versos divertidos y románticos, que tal vez no hagan del todo justicia al personaje histórico, pero que está llenos de ingenio y sentido del humor.

Cantar, soñar, en cambio. Estar solo, ser libre. Que mis ojos destellen y mi garganta vibre. Ponerme, si me place, el sombrero al revés, batirme por capricho o hacer un entremés. Trabajar sin afán de gloria o de fortuna. Imaginar que marcho a conquistar la Luna. No escribir nunca nada que no rime conmigo y decirme, modesto: ah, mi pequeño amigo, que te basten las hojas, las flores y las frutas, siempre que en tu jardín sea donde las recojas.

Edmond Rostrand. Cyrano de Bergerac Acto II, Escena VIII (Todas las citas de la obra corresponden a la traducción de Jaime y Laura Campmany reseñada en la bibliografía).

Bibliografía:

-Rostand, E. Cyrano de Bergerac. Prólogo de Jaime Campmany. Traducción Jaime y Laura Campmany. Ed. Espasa Calpe, S.A. Madrid 2003.

-Cyrano de Bergerac. El otro mundo, o los Estados e Imperios de la Luna. Introducción de Pollux Hernúñez. Ed. Anaya. Madrid 2001.

-Cyrano de Bergerac. El pedante burlado. Ed.mra. Barcelona, 1999.

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